octubre 17, 2017 3 Tiempo de lectura

Estoy muy contenta de poder escribir en este foro, mi nombre es Rocío y ser mamá es mi vida. Tengo dos hijas divertídisimas, la primera se llama Natalia y la segunda Romina, tienen cuatro y tres años. Soy mamá de tiempo completo aunque también me dedico a vender artesanías y chucherías, así que divido mi tiempo sin descuidar mis dos pasiones. Creo que todas las mamás podemos contar nuestra experiencia y así nos ayudamos unas a otras, podemos crear una comunidad de apoyo. Aprovechando la época del año, quisiera escribir sobre un tema que me parece padre para los niños y a la vez importante.

El día de muertos es una de las más bellas tradiciones mexicanas. Se trata de recibir en casa a nuestros muertos, aquellos seres queridos que se nos adelantaron en el camino y a quienes extrañamos; es honrarlos, ponerles un altar con sus cosas predilectas, la comida que más les gustaba, algún objeto que fuera importante para ellos, un vasito con agua. Reencontrarlos de alguna manera. Es una celebración llena de color: el amarillo del cempasúchil, el naranja de las mandarinas, el morado, rojo, azul del papel de china, los muchos tonos de la luz de las veladoras. Acompañados del aroma del incienso, del olor de la comida, el delicioso sabor del pan de muerto, el chocolate y el mole.



Es también una bella tradición para inculcar a los niños. El tema de la muerte puede resultar un poco complicado, sobre todo porque los pequeños no lo entienden del todo. Mis hijas no paran de preguntarme: ¿Cuándo nos vamos a morir, mamá? ¿Por qué nuestro abuelito se murió?

Honestamente, me cuesta mucho trabajo explicarles, es un poco feo decirlo, pero sí les he contado que todos vamos a morir, algún u otro día; que su abuelo está ya en el cielo, rodeado de otros seres queridos. La más pequeña, con sólo tres años, me pregunta sobre sus otros abuelos: ¿ya se van a morir? Por eso creo que esta tradición ayuda un poco, les he dicho que vamos a preparar una ofrenda para recordar a su abuelito y ellas se emocionan mucho, les gusta ayudar, me acompañan al mercado a elegir las cosas que vamos a poner, las fotos con las que vamos a decorar, y así aprovecho para contarles cómo era su abuelo, pues ninguna tuvo la oportunidad de conocerlo.



Combinamos el día de muertos con Halloween, porque a pesar de ser una tradición ajena, desde hace tantos años forma parte de nuestro imaginario que ya es también parte de nuestras celebraciones. Además, es maravilloso para los niños. Desde agosto mis hijas comienzan a planear sus disfraces, obviamente cambian de opinión algunas veces, pasan de princesas a brujas. Como mamá, me encanta hacer manualidades y busco en diferentes páginas de Internet cómo hacerles los mejores disfraces. También nos agradan muchísimo las canciones de la temporada, en inglés y en español. En la casa no sólo ponemos la ofrenda, sino que la decoramos con fantasmas, telarañas y calabazas.

Creo que estas fechas ayudan mucho a lidiar con dos temas complicados: la muerte y los monstruos. Cuando todos nos disfrazamos en Halloween de aquello que se supone que debería asustarnos: los fantasmas, los vampiros, los zombies, de cierto modo les perdemos un poco el miedo. Me gusta ver por la calle a chicos y grandes disfrazados de muchas cosas, procuramos ir en familia a algún lugar público donde sabemos que habrá gente disfrazada para ver algunos disfraces padrísimos y para que las niñas obtengan aquello que también les fascina de Halloween: los dulces.


Igual pasa si honramos a nuestros muertos en lugar de olvidarlos, si hablamos de ellos para que siempre estén presentes entre nosotros. Finalmente, la muerte es otra parte de la vida y aunque a nosotros nos duela perder a algún ser amado, a todos nos llegará el momento y tal vez, algún 2 de noviembre en el futuro, regresaremos a mirar la ofrenda que nos pongan y sabremos que seguimos siendo parte de este mundo.

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